Estos días atrás andaba metido en la marisma con el agua a la altura de las rodillas haciendo uno de los censos que más me gustan y que por suerte me brinda mi trabajo y me dio por pensar en esto.
Para mí el poder recorrer los sitios en los que tengo que estar es todo un privilegio que me brinda mi trabajo. El ir solo o acompañado es algo que depende del día, te apetece más o menos, pero de ningún modo se hace pesado o malo. Hay muchos días que lo que te apetece es ir solo, ser totalmente uno más, y sentir que lo único que podría sobrar es justamente el hablar, es preferible estar totalmente en silencio recogiendo datos, poder escuchar y observar absolutamente todo lo que hay alrededor, parece que te quedas sordo de no escuchar voces, gritos, o sonidos que provengan del hacer humano, pero realmente el entorno no está vacío de sonidos a los que nunca se podrían llamar ruidos.
El ir en silencio caminando por el campo hace que puedas escuchar a las ranas cantar, algo que se mueve lentamente en el agua y resulta ser un galápago, el sonido del aleteo de las aves, incluso pudiendo casi decir de que ave se trata en algunos casos. O escuchar el sonido que emiten éstas al interactuar entre ellas.
El bullicio de una colonia de cría, el observar cómo se pelean por el espacio, por cortejar a una hembra, como un macho echa a otro o como dos milanos negros entrelazan sus garras para hacer el cortejo, eso es algo que me brinda la naturaleza casi todos los días y me hace sentir todo un privilegiado, cada vez más integrado en la naturaleza pudiéndome sentir uno más entre tanto ser vivo.
Nikon D300 sigma 17-35 Iso 200

Águila calzada con urracas
Nikon D300 sigma 50-500 Iso 400

Baile nupcial milano negro
Nikon D300 sigma 50-500 Iso 200